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Madmaxista
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El caso de Gabriel Pedrero es aislado. Le pegó esta semana un joven, ya despedido, por dar su opinión sobre el destino del dinero de las ONG. La figura del captador se ha hecho muy común en las calles de Madrid y pone de relieve un mercado laboral en auge dominado por las subcontratas.
Gabriel Pedrero subía por el paseo General Martínez Campos de Madrid el pasado lunes cuando se cruzó con un grupo de jóvenes que, en la esquina con Zurbano, solicitaban a los viandantes un minuto de su tiempo. Eran captadores de socios para la ONG que vela por los derechos de la infancia, Unicef. «Hola, permíteme un momento, ¿conoces Unicef?» Esta fue la frase que al joven de Carabanchel le hizo detenerse. «Me detuve porque quería explicarles por qué no apoyo las ONG. No me gustan y lo que le intenté explicar al chico es que si no me hacía socio era porque el cien por cien de mi aportación no iba íntegra a la causa», explica a LA RAZÓN. Fue en ese momento cuando la situación se complicó. «Otro de los captadores que estaba a unos metros de distancia –prosigue su relato– debió escuchar la conversación porque se quitó el chaleco y la acreditación de la organización y se acercó a mí. ‘‘Te voy a decir yo si esto es una ONG o no’’, me dijo». Gabriel calcula que esta tensión no duró más de siete minutos. «Cuando hablo, gesticulo mucho y muevo las manos. Entonces, él me dijo que no le señalara con el dedo». Y es, en ese instante, según este joven, cuando el captador «me agarró por el cuello y me estampó contra el banco que había al lado». Aún recuerda con incredulidad los siguientes minutos. «Me cogió la cabeza y me la estampó contra el banco. Me dio varios abrazos que me hicieron sentir mareos. Estaba en shock», asevera el joven mientras muestra la denuncia que ha interpuesto contra su presunto agresor y el parte médico del Hospital La Princesa.
Su cara es una prueba más de lo ocurrido: tiene el ojo derecho jovenlandesado. Según narra el denunciante, los otros dos captadores que le acompañaban no acudieron a detener la situación. «Fue una mujer que pasaba por ahí la que le dijo que me dejara y empezó a discutir con él», recuerda Gabriel. Tras esta situación, el presunto agresor decidió irse.
Dos días después de lo ocurrido y tras denunciar su caso en redes sociales, el joven denunciante recibió una llamada. Era Unicef. «Se disculparon por lo ocurrido y me aseguraron que iban a controlar más a las empresas que contratan a los captadores, pero que el agresor ya había trabajado en este área en otras ocasiones». Así lo ha confirmado a LA RAZÓN Diana Valcárcel, directora de comunicación de Unicef, Comité Español. «Nos parece que lo ocurrido es absolutamente inaceptable. Esta persona ya no trabaja con nosotros porque no representa nuestros valores», explicó. Y, aunque asevera que se produjo una provocación previa por parte del denunciante, «nuestro trabajo se basa en el respeto hacia todas las personas».
Esta situación, del todo excepcional, pone en relieve el trabajo de estos jóvenes que durante cuatro o cinco horas al día buscan captar a nuevos socios. «Es una vía más de captar recursos, al igual que utilizamos el telemárketing. Nuestra fuente principal de financiación son los socios y no ha dejado de crecer a pesar de la crisis. Tenemos 380.000 y eso nos da una gran estabilidad. Creemos que la sociedad cada vez está más concienciada e implicada», asevera la responsable de comunicación de Unicef.
A pesar de la gran cantidad de captadores que llenan las calles de Madrid cada día, Valcárcel no cree que este modelo haya quedado obsoleto. «Creo que funciona muy bien, es una forma de conocer los problemas que tienen los niños que viven en Siria o Yemen» e insiste en que sus captadores trabajan sujetos a un código ético.
Elena conoce bien el movimiento asociativo, siempre ha enfocado su carrera hacia la labor humanitaria. Por eso, en 2012 decidió probar como captadora de una ONG. «Encontré la oferta en Infojobs donde hay muchas cada día. Quería un trabajo de media jornada y, como me gusta mucho el Tercer Sector, vi la oportunidad». Recuerda que «la entrevista la hice en una cafetería porque aún no tenían sede en Tenerife». Además de su curriculum, le preguntaron por sus intereses, por cómo veía ella la organización. Tras esta charla, le hicieron una prueba de calle. «Te dan una carpeta y te lanzas a preguntar». ¿Existe una fórmula? «No –insiste Elena– normalmente siempre empiezas con: ‘‘¿Tienes un momentito?’’.Cada uno imprime su propia personalidad para buscar el mayor número de socios. Eso sí, aunque varía en función de la organización, «todas te exigen un mínimo al mes, unos veinte, aunque algunas te exigen 30, lo que significa que necesitas hacer uno o uno y medio cada día». Elena afirma que si no llegabas a este mínimo y, antes de que pudieran echarte, «los jefes te ofrecían ir a otras horas e, incluso, en días de vacaciones». Ella ha ido cambiando de ONG y no en todas ha tenido buenas experiencias. «Depende mucho de la subcontrata. Nuestra misión es vender un producto y, por eso, la situación se puede complicar». A Elena le sorprende lo que le ha ocurrido a Gabriel porque «no lo había oído nunca, lo que sí he presenciado es como algún viandante pegaba a alguno de mis compañeros». En lo que respecta al sueldo, «ganabas como mínimo neto 600 euros, pero con las comisiones por cada socio que conseguías podías alcanzar los 900, de media».
Un recuerdo algo ingrato que guarda la joven es que «al no darte teléfono de empresa, para confirmar a los socios, debías llamarles desde tu móvil personal y, en algunas ocasiones, se vivían situaciones muy tensas». A la joven la ofrecían quedar a tomar cafés y, en algunos casos, las situaciones rozaban el acoso. «Tuve que bloquear a algunos en varias ocasiones». Eso sí, ella insiste en que son casos aislados.
En el otro lado
El caso de Marta difiere bastante del de Elena, ya que ella ha labrado su carrera profesional a partir de su trabajo como captadora. «Es cierto que, en un primer momento, lo que me atrajo fue el dinero. Quería especializarme en conflictos y, con este tipo de trabajo, podía financiarme los estudios y, a la vez, ganar dinero», explica a este diario. Le gusta mucho el mundo humanitario y «podía compatibilizarlo logrando, al mismo tiempo, una estabilidad económica». Ella prefiere no entrar en los pormenores de los contratos y de los sueldos porque «cada ONG es un mundo». Al igual que Elena, insiste en que «no te dan un patrón para abordar a la gente, pero sí que recibes formación». ¿Este modelo ha llegado a su fin?, preguntamos. «Creo que no, que simplemente la gente busca excusas para no involucrarse».
También reconoce que ella vive «momentos buenos y malos», pero que éstos últimos prefiere borrarlos. «Aún recuerdo cuando se acercaron a darme una rosa o los abrazos y agradecimientos que he recibido».
Agredido por un captador de ONG
Gabriel Pedrero subía por el paseo General Martínez Campos de Madrid el pasado lunes cuando se cruzó con un grupo de jóvenes que, en la esquina con Zurbano, solicitaban a los viandantes un minuto de su tiempo. Eran captadores de socios para la ONG que vela por los derechos de la infancia, Unicef. «Hola, permíteme un momento, ¿conoces Unicef?» Esta fue la frase que al joven de Carabanchel le hizo detenerse. «Me detuve porque quería explicarles por qué no apoyo las ONG. No me gustan y lo que le intenté explicar al chico es que si no me hacía socio era porque el cien por cien de mi aportación no iba íntegra a la causa», explica a LA RAZÓN. Fue en ese momento cuando la situación se complicó. «Otro de los captadores que estaba a unos metros de distancia –prosigue su relato– debió escuchar la conversación porque se quitó el chaleco y la acreditación de la organización y se acercó a mí. ‘‘Te voy a decir yo si esto es una ONG o no’’, me dijo». Gabriel calcula que esta tensión no duró más de siete minutos. «Cuando hablo, gesticulo mucho y muevo las manos. Entonces, él me dijo que no le señalara con el dedo». Y es, en ese instante, según este joven, cuando el captador «me agarró por el cuello y me estampó contra el banco que había al lado». Aún recuerda con incredulidad los siguientes minutos. «Me cogió la cabeza y me la estampó contra el banco. Me dio varios abrazos que me hicieron sentir mareos. Estaba en shock», asevera el joven mientras muestra la denuncia que ha interpuesto contra su presunto agresor y el parte médico del Hospital La Princesa.
Su cara es una prueba más de lo ocurrido: tiene el ojo derecho jovenlandesado. Según narra el denunciante, los otros dos captadores que le acompañaban no acudieron a detener la situación. «Fue una mujer que pasaba por ahí la que le dijo que me dejara y empezó a discutir con él», recuerda Gabriel. Tras esta situación, el presunto agresor decidió irse.
Dos días después de lo ocurrido y tras denunciar su caso en redes sociales, el joven denunciante recibió una llamada. Era Unicef. «Se disculparon por lo ocurrido y me aseguraron que iban a controlar más a las empresas que contratan a los captadores, pero que el agresor ya había trabajado en este área en otras ocasiones». Así lo ha confirmado a LA RAZÓN Diana Valcárcel, directora de comunicación de Unicef, Comité Español. «Nos parece que lo ocurrido es absolutamente inaceptable. Esta persona ya no trabaja con nosotros porque no representa nuestros valores», explicó. Y, aunque asevera que se produjo una provocación previa por parte del denunciante, «nuestro trabajo se basa en el respeto hacia todas las personas».
Esta situación, del todo excepcional, pone en relieve el trabajo de estos jóvenes que durante cuatro o cinco horas al día buscan captar a nuevos socios. «Es una vía más de captar recursos, al igual que utilizamos el telemárketing. Nuestra fuente principal de financiación son los socios y no ha dejado de crecer a pesar de la crisis. Tenemos 380.000 y eso nos da una gran estabilidad. Creemos que la sociedad cada vez está más concienciada e implicada», asevera la responsable de comunicación de Unicef.
A pesar de la gran cantidad de captadores que llenan las calles de Madrid cada día, Valcárcel no cree que este modelo haya quedado obsoleto. «Creo que funciona muy bien, es una forma de conocer los problemas que tienen los niños que viven en Siria o Yemen» e insiste en que sus captadores trabajan sujetos a un código ético.
Elena conoce bien el movimiento asociativo, siempre ha enfocado su carrera hacia la labor humanitaria. Por eso, en 2012 decidió probar como captadora de una ONG. «Encontré la oferta en Infojobs donde hay muchas cada día. Quería un trabajo de media jornada y, como me gusta mucho el Tercer Sector, vi la oportunidad». Recuerda que «la entrevista la hice en una cafetería porque aún no tenían sede en Tenerife». Además de su curriculum, le preguntaron por sus intereses, por cómo veía ella la organización. Tras esta charla, le hicieron una prueba de calle. «Te dan una carpeta y te lanzas a preguntar». ¿Existe una fórmula? «No –insiste Elena– normalmente siempre empiezas con: ‘‘¿Tienes un momentito?’’.Cada uno imprime su propia personalidad para buscar el mayor número de socios. Eso sí, aunque varía en función de la organización, «todas te exigen un mínimo al mes, unos veinte, aunque algunas te exigen 30, lo que significa que necesitas hacer uno o uno y medio cada día». Elena afirma que si no llegabas a este mínimo y, antes de que pudieran echarte, «los jefes te ofrecían ir a otras horas e, incluso, en días de vacaciones». Ella ha ido cambiando de ONG y no en todas ha tenido buenas experiencias. «Depende mucho de la subcontrata. Nuestra misión es vender un producto y, por eso, la situación se puede complicar». A Elena le sorprende lo que le ha ocurrido a Gabriel porque «no lo había oído nunca, lo que sí he presenciado es como algún viandante pegaba a alguno de mis compañeros». En lo que respecta al sueldo, «ganabas como mínimo neto 600 euros, pero con las comisiones por cada socio que conseguías podías alcanzar los 900, de media».
Un recuerdo algo ingrato que guarda la joven es que «al no darte teléfono de empresa, para confirmar a los socios, debías llamarles desde tu móvil personal y, en algunas ocasiones, se vivían situaciones muy tensas». A la joven la ofrecían quedar a tomar cafés y, en algunos casos, las situaciones rozaban el acoso. «Tuve que bloquear a algunos en varias ocasiones». Eso sí, ella insiste en que son casos aislados.
En el otro lado
El caso de Marta difiere bastante del de Elena, ya que ella ha labrado su carrera profesional a partir de su trabajo como captadora. «Es cierto que, en un primer momento, lo que me atrajo fue el dinero. Quería especializarme en conflictos y, con este tipo de trabajo, podía financiarme los estudios y, a la vez, ganar dinero», explica a este diario. Le gusta mucho el mundo humanitario y «podía compatibilizarlo logrando, al mismo tiempo, una estabilidad económica». Ella prefiere no entrar en los pormenores de los contratos y de los sueldos porque «cada ONG es un mundo». Al igual que Elena, insiste en que «no te dan un patrón para abordar a la gente, pero sí que recibes formación». ¿Este modelo ha llegado a su fin?, preguntamos. «Creo que no, que simplemente la gente busca excusas para no involucrarse».
También reconoce que ella vive «momentos buenos y malos», pero que éstos últimos prefiere borrarlos. «Aún recuerdo cuando se acercaron a darme una rosa o los abrazos y agradecimientos que he recibido».
Agredido por un captador de ONG