Al calor de la nueva ola feminista, Miss América ha tomado una decisión rompedora: acabar con su tradicional desfile de mujeres en bikini y dejar de juzgarlas sólo por su aspecto
Para unos, es un triunfo de los derechos de la mujer; para otros, un caso de puritanismo elevado a la enésima potencia
Había una modelo tan espectacular en los años 90 que la llamaban El Cuerpo. Su nombre era Elle MacPherson y compartía liderazgo con aquellas féminas despampanantes de la época: Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Linda Evangelista, Naomi Campbell... También fue una época gloriosa para las modelos y las misses en España: Judit Mascó, Inés Sastre, Sofía Mazagatos, Nieves Álvarez... La primera y la última son, a día de hoy, imagen de unos grandes almacenes. Lucen en traje de baño, porque aún pueden.
Dejar de enseñar el cuerpo es el siguiente escalón en la oleada de cambios que arrecia en todo el mundo desde que, en octubre de 2017, arrancara el movimiento #MeToo, imparable desde que varias actrices de Hollywood denunciaran al productor cinematográfico Harvey Weinstein por violación y abusos sensuales.
La semana pasada, el certamen Miss América anunció que se sumaba a la corriente retirando del concurso algo unido intrínsecamente a su origen: el tradicional pase en traje de baño con tacones. «No se volverá a juzgar a las mujeres por su aspecto», aseguró la organización. «Para conseguirlo, la competición en traje de baño ha desaparecido», explicó Gretchen Carlson, Miss América 1988. «El certamen representará a una nueva generación de líderes femeninas, su empoderamiento y talento, su impacto social y su trayectoria de becas académicas».
El último triunfo del #MeToo, sin embargo, siembra dudas y también silencio. Hay un fantasma sobrevolando estas líneas, una voz que aglutina a personas públicas de distinto género y labores relacionadas con el asunto a tratar. Comentaristas de moda, expertos en belleza, misses, modelos, jurados de concursos... Cerca de 20 expertos consultados prefieren no manifestar su opinión, o la dan pero optan por no ser mencionados. Hay enunciados que tildan la decisión de ridícula -«dónde vamos a parar», «qué será lo siguiente, ¿prohibir los desfiles de lencería?»-. El fantasma se llama corrección política. En el otro lado de la trinchera, dicen estas voces, está el puritanismo elevado a la enésima potencia.
La realidad es que el certamen Miss América comenzó hace casi un siglo (1921) precisamente como un concurso de mujeres en traje de baño, con el mercantilista objetivo -hay cosas que no cambian- de extender la época vacacional en Atlanta (Estados Unidos). Y, además, fue Miss Mundo el primer evento en retirar el paseíllo en bikini, hace cuatro años. «Los concursos de misses ya no pueden volverse atrás», sostiene Patricia Soley-Beltrán, que fue modelo en los años 80 y derivó en académica, experta en identidad y simbología del cuerpo, además de socióloga.
Es el principio del fin. Si no vamos a valorar a las misses por su cuerpo, ¿por qué las vamos a valorar?
Patricia Soley-Beltrán
Escribió Divinas. Modelos, poder y mentiras y ganó el premio Anagrama de ensayo en 2015, analizando, desde un ángulo autobiográfico, cuáles son los elementos que dirigen la industria de la moda y cómo éstos inciden en aquellas que se llamaron maniquíes, que luego se tildaron de mujeres florero y acabaron como mujeres objeto.
¿Es éste el fin de tal representación de la mujer? Soley-Beltrán habla de «capital corporal» y de mujeres modelo que «realizan la propia explotación de la belleza». La propia explotación de su belleza y de su cuerpo. «Es el principio del fin. Si no las vamos a valorar por su cuerpo, ¿por qué las vamos a valorar? Los certámenes son empresas y quieren sobrevivir, intentan no morir porque ven que los jóvenes están a otra cosa», argumenta.
Habla también Pedro Mansilla, sociólogo y crítico de moda para quien la decisión de Miss América «es un golpe de efecto lleno de oportunismo». «Antes, una mujer en traje de baño era dueña de su cuerpo, ejercía su libertad», sostiene. «En los 60, el bikini fue también un símbolo de autonomía. Pero hay un entorno feminista rancio que funciona a través de estereotipos. ¿Hablamos de mujeres adultas tomando decisiones o de proteger a las mujeres en entornos machistas? Mientras, se frotan las manos los conservadores, pues la exhibición del cuerpo está en cuestión. Una mujer en bikini puede ser instrumentalizada, o no».
No es el único. El escritor Fernando Sánchez-Dragó dice que su discurso será tildado de incorrecto e incluso de machista, pero quiere darlo. «Vaya por delante que los concursos de misses me han parecido siempre una horterada. En cuanto a que la mujer se cosifique en ellos, no hay duda. Pero es que la cosificación forma parte de la vida, todos somos cosificados, hombres y mujeres. O me van a decir ahora que no se cosifica a Brad Pitt. Esto no es malo, cosificamos libros, cineastas, pintores, mujeres y hombres. La cosificación es nociva cuando viene acompañada de posesión. De ahí vienen los malos tratos, de la idea de poseer a la otra persona, y esto es deplorable».
En los 60, el bikini fue también un símbolo de autonomía. Pero hoy hay un entorno feminista rancio
Pedro Mansilla
Hace Dragó una segunda lectura cuando se le pregunta si están los certámenes de belleza y los concursos de misses destinados a extinguirse si realmente se extingue la representación de las mujeres como objetos. «A pesar de su horterada, mientras se mantengan como un juego, no pasaría nada. Y esta oleada brutal de puritanismo no es nueva, ha pasado muchas veces antes, pero se va a acabar, porque es antinatural. Somos hijos de la misma naturaleza, mamíferos, y hay conductas que vienen condicionadas por la biología. No podemos hacer desaparecer el lado natural del ser humano porque, entonces, nos extinguiríamos».
Cree el novelista que la cuestión «se agudiza al calor de las redes sociales, que muestran lo peor de las personas», aunque insiste en que esto también pasará. «Será duradero en la vida virtual pero, en la real, se impondrá el sentido común». Le preocupa, eso sí, que el discurso sea «uno en la opinión pública y otro en la privada», y vaticina que podría traer consigo «la peor guerra civil de la historia, la de los sexos». «La Humanidad no puede estar en guerra consigo misma».
En verdad, «esto es la guerra» es un hashtag que, como el #MeToo, existe, se interpreta y se expande en las redes sociales. También proyectos que trabajan, precisamente, para que la representación de la mujer deje de ser la de un objeto en los escenarios culturales. Lo hizo la artista Yolanda Domínguez en Poses. Era 2013 cuando retrató a mujeres que no eran modelos imitando los gestos de las maniquíes en la Gran Vía madrileña.
Otro ejemplo más reciente es Representadas Vivas, una iniciativa de la escritora Miryam Hache que recopila las (demasiadas) imágenes que, en la publicidad de moda principalmente, muestran a mujeres en posturas extrañas, algunas veces tiradas, otras descolgadas, en el suelo, dentro de un maletero, extendidas en una escalera... aparentemente muertas. «Es un lavado de rostro de un certamen que ya debería haber perdido la atención que sigue recibiendo», piensa Hache. «Si deja de ser un concurso de belleza, ¿cómo evaluarán la integridad o las habilidades de una mujer sobre la pasarela? ¿Admitirán bellezas y cuerpos no normativos? ¿Por qué una competición entre mujeres, tan frívola, tiene que seguir constituyendo un espectáculo de prestigio?», se pregunta.
Argumenta esta feminista -dirige una revista literaria que deconstruye imaginarios- que, «en la fotografía publicitaria, los cánones siguen siendo extremadamente rígidos, representando a las mujeres o bien con gestos lánguidos, incluso explícitamente mortuorios, o bien, voluptuosas, identificadas con la carne, como algo que se puede consumir o comer». «Nuevamente estamos cosificadas. Son representaciones con una larga trayectoria que hay que deconstruir para derribar el patriarcado, el sistema de valores asimétrico y jerárquico donde la opresión de género atraviesa el tejido social».
Es un lavado de rostro de un certamen que ya debería haber perdido la atención que sigue recibiendo
Miryam Hache
Un ejemplo de búsqueda de equilibrio lo tenemos más cerca: aquí. El año pasado, la Vuelta a España decidió eliminar los besos de las azafatas al ganador, así como incluir hombres en el acto de entrega del premio, y denominó a estos profesionales, de ambos géneros, «asistentes de apoyo» porque, además, «realizan otra serie de labores de imagen de marca» durante la ronda ciclista y los distintos eventos que a ésta acompañan. Lo cuenta Javier Guillén, director general de Unipublic, la empresa que gestiona la Vuelta: «Sabíamos que no estábamos ofendiendo a nadie, pero si podemos acomodar a todos...».
Su decisión, tomada meses antes de que comenzara el movimiento #MeToo, continuaba una corriente iniciada por la competición ciclista Tour Down Under Australia, que consideró que la presencia de modelos fomentaba una práctica machista y denigrante para las mujeres. En Australia hicieron lo mismo las competiciones de motos y el automovilismo, algo que no ha terminado de suceder aquí, pues Moto GP decidió en enero mantener a las azafatas en parrilla. En febrero, la empresa propietaria de la Fórmula Uno, Liberty Media, optó por retirarlas porque «no casa» con sus «nuevos valores» y es «claramente contraria a las actuales normas sociales».
Está por ver qué decisión tomará sobre los desfiles en traje de baño la nueva organización de Miss España, que regresa el próximo año con la modelo Juncal Rivero al frente. ¿Se unirá España a la corriente del #Metoo y desdeñará la exhibición del cuerpo o decidirá mantener el desfile en traje de baño? La respuesta no tardará y, tanto una como otra decisión será, presumiblemente, polémica. De momento, sólo hay silencio.Adiós al bikini en los concursos de misses: ¿Llega el fin de la mujer objeto? | Historias
Para unos, es un triunfo de los derechos de la mujer; para otros, un caso de puritanismo elevado a la enésima potencia
Había una modelo tan espectacular en los años 90 que la llamaban El Cuerpo. Su nombre era Elle MacPherson y compartía liderazgo con aquellas féminas despampanantes de la época: Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Linda Evangelista, Naomi Campbell... También fue una época gloriosa para las modelos y las misses en España: Judit Mascó, Inés Sastre, Sofía Mazagatos, Nieves Álvarez... La primera y la última son, a día de hoy, imagen de unos grandes almacenes. Lucen en traje de baño, porque aún pueden.
Dejar de enseñar el cuerpo es el siguiente escalón en la oleada de cambios que arrecia en todo el mundo desde que, en octubre de 2017, arrancara el movimiento #MeToo, imparable desde que varias actrices de Hollywood denunciaran al productor cinematográfico Harvey Weinstein por violación y abusos sensuales.
La semana pasada, el certamen Miss América anunció que se sumaba a la corriente retirando del concurso algo unido intrínsecamente a su origen: el tradicional pase en traje de baño con tacones. «No se volverá a juzgar a las mujeres por su aspecto», aseguró la organización. «Para conseguirlo, la competición en traje de baño ha desaparecido», explicó Gretchen Carlson, Miss América 1988. «El certamen representará a una nueva generación de líderes femeninas, su empoderamiento y talento, su impacto social y su trayectoria de becas académicas».
El último triunfo del #MeToo, sin embargo, siembra dudas y también silencio. Hay un fantasma sobrevolando estas líneas, una voz que aglutina a personas públicas de distinto género y labores relacionadas con el asunto a tratar. Comentaristas de moda, expertos en belleza, misses, modelos, jurados de concursos... Cerca de 20 expertos consultados prefieren no manifestar su opinión, o la dan pero optan por no ser mencionados. Hay enunciados que tildan la decisión de ridícula -«dónde vamos a parar», «qué será lo siguiente, ¿prohibir los desfiles de lencería?»-. El fantasma se llama corrección política. En el otro lado de la trinchera, dicen estas voces, está el puritanismo elevado a la enésima potencia.
La realidad es que el certamen Miss América comenzó hace casi un siglo (1921) precisamente como un concurso de mujeres en traje de baño, con el mercantilista objetivo -hay cosas que no cambian- de extender la época vacacional en Atlanta (Estados Unidos). Y, además, fue Miss Mundo el primer evento en retirar el paseíllo en bikini, hace cuatro años. «Los concursos de misses ya no pueden volverse atrás», sostiene Patricia Soley-Beltrán, que fue modelo en los años 80 y derivó en académica, experta en identidad y simbología del cuerpo, además de socióloga.
Es el principio del fin. Si no vamos a valorar a las misses por su cuerpo, ¿por qué las vamos a valorar?
Patricia Soley-Beltrán
Escribió Divinas. Modelos, poder y mentiras y ganó el premio Anagrama de ensayo en 2015, analizando, desde un ángulo autobiográfico, cuáles son los elementos que dirigen la industria de la moda y cómo éstos inciden en aquellas que se llamaron maniquíes, que luego se tildaron de mujeres florero y acabaron como mujeres objeto.
¿Es éste el fin de tal representación de la mujer? Soley-Beltrán habla de «capital corporal» y de mujeres modelo que «realizan la propia explotación de la belleza». La propia explotación de su belleza y de su cuerpo. «Es el principio del fin. Si no las vamos a valorar por su cuerpo, ¿por qué las vamos a valorar? Los certámenes son empresas y quieren sobrevivir, intentan no morir porque ven que los jóvenes están a otra cosa», argumenta.
Habla también Pedro Mansilla, sociólogo y crítico de moda para quien la decisión de Miss América «es un golpe de efecto lleno de oportunismo». «Antes, una mujer en traje de baño era dueña de su cuerpo, ejercía su libertad», sostiene. «En los 60, el bikini fue también un símbolo de autonomía. Pero hay un entorno feminista rancio que funciona a través de estereotipos. ¿Hablamos de mujeres adultas tomando decisiones o de proteger a las mujeres en entornos machistas? Mientras, se frotan las manos los conservadores, pues la exhibición del cuerpo está en cuestión. Una mujer en bikini puede ser instrumentalizada, o no».
No es el único. El escritor Fernando Sánchez-Dragó dice que su discurso será tildado de incorrecto e incluso de machista, pero quiere darlo. «Vaya por delante que los concursos de misses me han parecido siempre una horterada. En cuanto a que la mujer se cosifique en ellos, no hay duda. Pero es que la cosificación forma parte de la vida, todos somos cosificados, hombres y mujeres. O me van a decir ahora que no se cosifica a Brad Pitt. Esto no es malo, cosificamos libros, cineastas, pintores, mujeres y hombres. La cosificación es nociva cuando viene acompañada de posesión. De ahí vienen los malos tratos, de la idea de poseer a la otra persona, y esto es deplorable».
En los 60, el bikini fue también un símbolo de autonomía. Pero hoy hay un entorno feminista rancio
Pedro Mansilla
Hace Dragó una segunda lectura cuando se le pregunta si están los certámenes de belleza y los concursos de misses destinados a extinguirse si realmente se extingue la representación de las mujeres como objetos. «A pesar de su horterada, mientras se mantengan como un juego, no pasaría nada. Y esta oleada brutal de puritanismo no es nueva, ha pasado muchas veces antes, pero se va a acabar, porque es antinatural. Somos hijos de la misma naturaleza, mamíferos, y hay conductas que vienen condicionadas por la biología. No podemos hacer desaparecer el lado natural del ser humano porque, entonces, nos extinguiríamos».
Cree el novelista que la cuestión «se agudiza al calor de las redes sociales, que muestran lo peor de las personas», aunque insiste en que esto también pasará. «Será duradero en la vida virtual pero, en la real, se impondrá el sentido común». Le preocupa, eso sí, que el discurso sea «uno en la opinión pública y otro en la privada», y vaticina que podría traer consigo «la peor guerra civil de la historia, la de los sexos». «La Humanidad no puede estar en guerra consigo misma».
En verdad, «esto es la guerra» es un hashtag que, como el #MeToo, existe, se interpreta y se expande en las redes sociales. También proyectos que trabajan, precisamente, para que la representación de la mujer deje de ser la de un objeto en los escenarios culturales. Lo hizo la artista Yolanda Domínguez en Poses. Era 2013 cuando retrató a mujeres que no eran modelos imitando los gestos de las maniquíes en la Gran Vía madrileña.
Otro ejemplo más reciente es Representadas Vivas, una iniciativa de la escritora Miryam Hache que recopila las (demasiadas) imágenes que, en la publicidad de moda principalmente, muestran a mujeres en posturas extrañas, algunas veces tiradas, otras descolgadas, en el suelo, dentro de un maletero, extendidas en una escalera... aparentemente muertas. «Es un lavado de rostro de un certamen que ya debería haber perdido la atención que sigue recibiendo», piensa Hache. «Si deja de ser un concurso de belleza, ¿cómo evaluarán la integridad o las habilidades de una mujer sobre la pasarela? ¿Admitirán bellezas y cuerpos no normativos? ¿Por qué una competición entre mujeres, tan frívola, tiene que seguir constituyendo un espectáculo de prestigio?», se pregunta.
Argumenta esta feminista -dirige una revista literaria que deconstruye imaginarios- que, «en la fotografía publicitaria, los cánones siguen siendo extremadamente rígidos, representando a las mujeres o bien con gestos lánguidos, incluso explícitamente mortuorios, o bien, voluptuosas, identificadas con la carne, como algo que se puede consumir o comer». «Nuevamente estamos cosificadas. Son representaciones con una larga trayectoria que hay que deconstruir para derribar el patriarcado, el sistema de valores asimétrico y jerárquico donde la opresión de género atraviesa el tejido social».
Es un lavado de rostro de un certamen que ya debería haber perdido la atención que sigue recibiendo
Miryam Hache
Un ejemplo de búsqueda de equilibrio lo tenemos más cerca: aquí. El año pasado, la Vuelta a España decidió eliminar los besos de las azafatas al ganador, así como incluir hombres en el acto de entrega del premio, y denominó a estos profesionales, de ambos géneros, «asistentes de apoyo» porque, además, «realizan otra serie de labores de imagen de marca» durante la ronda ciclista y los distintos eventos que a ésta acompañan. Lo cuenta Javier Guillén, director general de Unipublic, la empresa que gestiona la Vuelta: «Sabíamos que no estábamos ofendiendo a nadie, pero si podemos acomodar a todos...».
Su decisión, tomada meses antes de que comenzara el movimiento #MeToo, continuaba una corriente iniciada por la competición ciclista Tour Down Under Australia, que consideró que la presencia de modelos fomentaba una práctica machista y denigrante para las mujeres. En Australia hicieron lo mismo las competiciones de motos y el automovilismo, algo que no ha terminado de suceder aquí, pues Moto GP decidió en enero mantener a las azafatas en parrilla. En febrero, la empresa propietaria de la Fórmula Uno, Liberty Media, optó por retirarlas porque «no casa» con sus «nuevos valores» y es «claramente contraria a las actuales normas sociales».
Está por ver qué decisión tomará sobre los desfiles en traje de baño la nueva organización de Miss España, que regresa el próximo año con la modelo Juncal Rivero al frente. ¿Se unirá España a la corriente del #Metoo y desdeñará la exhibición del cuerpo o decidirá mantener el desfile en traje de baño? La respuesta no tardará y, tanto una como otra decisión será, presumiblemente, polémica. De momento, sólo hay silencio.Adiós al bikini en los concursos de misses: ¿Llega el fin de la mujer objeto? | Historias
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