Todoterreno
Lonchafinista
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La aculturación de los pueblos europeos progresa a buen ritmo. El genocidio cultural (y étnico además) en marcha, para liquidar los logros milenarios de nuestra cultura, en particular los enormes realizaciones de la revolución civilizadora de la Alta Edad Media, avanza etapa tras etapa. Las oligarquías financieras, estatales, políticas, religiosas y dinásticas europeas son el agente principal de tal operación que, con todo, de vez en cuando se pone en evidencia como lo que es, una intervención política para aculturar (esto es, para anular en todos los sentidos) a las clases populares y promover el autoodio, con el fin de implantar una tiranía política y económica todavía más férrea en la Unión Europea (o en lo que quede de ella, en tanto que neo-colonia del imperialismo alemán), y para hacer imposible la revolución popular.
La argumentación es conocida. Oriente es la espiritualidad y Occidente el materialismo. Oriente es la inocencia y Occidente el imperialismo. Oriente es el respeto por la naturaleza y Occidente el ecocidio. Oriente es el bien y Occidente el mal, de manera que Occidente es, en resumen, el cáncer de la humanidad, que debe ser extirpado y destruido, con el fin de que en el planeta tierra reine la paz, la felicidad y la armonía… Ello niega, para iniciar la controversia, lo más evidente: que en Occidente hay oligarquías y pueblos, y que en Oriente hay exactamente lo mismo, élites feroces y pueblos sojuzgados por tales minorías. De manera que plantear las cosas como un choque de culturas o civilizaciones es esconder que en todas partes existen clases sociales. Si no se introduce esto en el análisis se incurre en errores graves, justamente los propios del nacionalismo burgués.
Se podría esperar que quienes formulan tales proposiciones fueran no sólo excluidos sino perseguidos en Europa. Pero no, reciben enormes sumas de dinero, tienen los medios de manipulación de masas a su disposición y convierten su vandálico obrar contra la cultura occidental en un saneado negocio. Es más, las élites financieras europeas, también las españolas, se han pasado en masa a las filas del culto por lo oriental. Esto no aparece en la práctica como coexistencia de culturas sino como una operación de enorme agresividad que busca la suplantación de la cultura europea, de la erudita tanto como de la popular (aborrecida por los poderhabientes occidentales desde hace siglos y hoy prácticamente extinguida), por los orientalismos. En suma, la noción de multiculturalidad es engañosa, pues en ese “multi” no hay sitio para nuestra cultura/culturas (Europa es plural), en realidad es monoculturalidad, o sea, el hórrido sucedáneo que las élites mundialistas de Occidente están preparando para aplastar y sobre-dominar a todos los pueblos del orbe, en primer lugar a los europeos.
La noción de multiculturalidad nombra un genocidio cultural. Este contiene, además, la sustitución étnica, la limpieza racial, en Europa. Otra de sus manifestaciones en el racismo antiblanco.
A quienes defienden el derecho de la cultura occidental, de la popular y de la erudita, a existir, derecho que tienen todas las culturas del planeta, se le coloca el sambenito ignominioso de “europeocentrista”. Ya sabemos que los aparatos de propaganda del poder, a falta de argumentos, son habilísimos en valerse de los procedimientos de la Inquisición, la descalificación a través del pegado de etiquetas infamantes, dado que en un debate abierto y con igualdad de oportunidades para todas las partes tienen muy poco que hacer. A eso se une el igualitarismo cultural, esto es, la creencia en abstracto y a priori en que todas las culturas son indistintamente valiosas, argumentación que de inmediato se quita la máscara para manifestar que todas… menos la europea, que debe ser aniquilada.
Y no, no todas las culturas son iguales. Pero todas se han de cotejar en concreto con la cultura natural, y sólo serán aceptables los rasgos que coincidan con ésta. Eso es así para la cultura europea, que tiene su parte positiva y su parte negativa, de manera que aquí sólo se reivindica la primera, no toda.
Hoy los excluidos y acosados son los que defienden el derecho de la cultura occidental a existir, a tener continuidad, a no ser destruida ni alterada ni falseada, a desarrollarse y ponerse a la altura de los nuevos retos. A quienes piensan así se les cierran todas las puertas.
La operación en curso busca en primer lugar fortalecer al imperialismo europeo, reforzarlo con la inyección y tras*fusión de nuevas fórmulas propagandísticas y nuevas masas humanas productivas (a través de la emigración masiva), para que pueda mantenerse frente a los desafíos globales de China, India, etc. Dicho a lo claro: la agresión cultural a los pueblos de Occidente es la última estrategia de “nuestro imperialismo” para seguir siendo imperialismo de primer nivel. El multiculturalismo se manifiesta como una expresión del peor, por más taimado y maquiavélico, imperialismo europeo.
Sobre todo, tiene como objetivo crear una nueva comunidad popular europea (¿?) carente de los rasgos que la han definido hasta ahora. Se pueden citar 20 características. Primacía del individuo. Uso reflexivo de la mente. Desconfianza hacia el Estado o incluso completo rechazo. Autogobierno popular. Comunalismo, trabajo libre asociado y colectivismo. Hostilidad hacia la riqueza material y las plutocracias financieras. Derecho a la insurrección y noción de revolución. Distanciamiento hacia el clero profesional. Igualdad entre los sexos. Amor al amor en actos. Espiritualidad como convivencia, rectitud, jovenlandesalidad y virtud, no como recetas y trucos epicúreos. Fortaleza espiritual y valentía. Voluntad justiciera. jovenlandesalidad máxima y legislación mínima. Libre examen y soberanía de la conciencia. Libertad política y civil con responsabilidad. Vida jovenlandesal y pasión por los valores. Concepción integral y unitaria del ser humano. Universalismo y solidaridad activa con los otros pueblos del planeta. Belleza y sublimidad como integrantes irrenunciables de lo humano.
Ello se pretende sustituir por una nueva versión de lo que los pensadores clásicos denominaron despotismo oriental, cuyo rasgo definitorio es la nulificación de la persona y la extinción de todas las libertades (en particular de la libertad de conciencia) para que el Estado y la casta sacerdotal aneja tengan un poder máximo, inmenso, sobre el cuerpo social y el individuo.
Fuera de la cultura occidental la noción de individuo, de persona, ni siquiera existe. Extramuros de ella el ser humano es una criatura forzada a someterse y subordinarse al Estado y al clero. No se le permite ser desde sí, no hay ni tan sólo el concepto de autonomía de la persona, que es una conquista formidable del orden cultural occidental, y que en el presente es convulsivamente odiado por “nuestro” gran capital y el sistema de hiper-Estado/Estados. ¿Dónde debe estar el centro? En el individuo sólo y asociado, proponemos los revolucionarios. En los aparatos de poder, señalan los aculturadores-multiculturales europeos. Esto es lo que está en el centro del debate.
Vayamos a los hechos.
Ya hace mucho que atrajo la atención que un oligarca, especulador financiero y manilargo tan destacado como Rodrigo Rato fuera un apasionado del yoga y los orientalismos. Hasta el punto de prologar en 2008 el libro del santón de la cosa, Ramiro Calle, “Ingeniería emocional”. Nótese lo inquietante del título, que recuerda a aquella expresión de los tiempos de Stalin, o sea, del fascismo de izquierdas, sobre que los intelectuales debían ser “ingenieros de almas”, aserción que excluye lo más deseable, que el ser humano se construye a sí mismo. Calle es el orientalista y gurú de la oligarquía financiera. Sus muchos libros, con un lenguaje almibarado y zorruno, van al grano, arguyendo que la cultura oriental (o lo que vende por tal) es muy superior a la occidental…No hay en él diferenciación entre lo positivo y negativo de cada una de ellas, para en un momento posterior avanzar hacia una síntesis, que es lo apropiado.
No, en él todo es maniqueísmo y rencor: Occidente es el mal y Oriente el bien, discurso eficaz en tiempos en que una ignorancia total es lo prevaleciente. Sin duda, resulta mucho más regocijado someterse a los exotismos facilones y simplones que Calle presenta como la cumbre de la “espiritualidad”, que estudiar libros de filosofía jovenlandesal occidental, bastante más difíciles de leer y sobre todo muchos más exigentes al aplicar[1]. Lo repetiré: el ámbito de los orientalismos es también el de las gentes sin lecturas, incultas, sin reflexiones, crédulas y fácilmente manipulables. Una expresión más de ese cierre de la mente moderna que nos está llevando a la barbarie y el sobre-despotismo.
Sostiene que Oriente es superior porque es puramente espiritual, a pesar de que Calle percibe emolumentos notorios por sus intervenciones pues, como es sabido, el orientalismo es un negocio muy saneado. Pasan los años y el “espiritual” Rato es calificado por un importante diario del modo que sigue, en un editorial, “La inmoralidad de Rodrigo Rato no conoce límites”. En efecto, robó cuanto pudo en sus tiempos de ministro de la derecha española y cuando era director del FMI, y cuando fue jefe de Bankia, y…Pero ¿no son las fes orientales la expresión de una espiritualidad excelsa, que desprecia lo material centrándose en adquirir las más puras y limpias esencias del espíritu? Ya vemos que no.
La argumentación es conocida. Oriente es la espiritualidad y Occidente el materialismo. Oriente es la inocencia y Occidente el imperialismo. Oriente es el respeto por la naturaleza y Occidente el ecocidio. Oriente es el bien y Occidente el mal, de manera que Occidente es, en resumen, el cáncer de la humanidad, que debe ser extirpado y destruido, con el fin de que en el planeta tierra reine la paz, la felicidad y la armonía… Ello niega, para iniciar la controversia, lo más evidente: que en Occidente hay oligarquías y pueblos, y que en Oriente hay exactamente lo mismo, élites feroces y pueblos sojuzgados por tales minorías. De manera que plantear las cosas como un choque de culturas o civilizaciones es esconder que en todas partes existen clases sociales. Si no se introduce esto en el análisis se incurre en errores graves, justamente los propios del nacionalismo burgués.
Se podría esperar que quienes formulan tales proposiciones fueran no sólo excluidos sino perseguidos en Europa. Pero no, reciben enormes sumas de dinero, tienen los medios de manipulación de masas a su disposición y convierten su vandálico obrar contra la cultura occidental en un saneado negocio. Es más, las élites financieras europeas, también las españolas, se han pasado en masa a las filas del culto por lo oriental. Esto no aparece en la práctica como coexistencia de culturas sino como una operación de enorme agresividad que busca la suplantación de la cultura europea, de la erudita tanto como de la popular (aborrecida por los poderhabientes occidentales desde hace siglos y hoy prácticamente extinguida), por los orientalismos. En suma, la noción de multiculturalidad es engañosa, pues en ese “multi” no hay sitio para nuestra cultura/culturas (Europa es plural), en realidad es monoculturalidad, o sea, el hórrido sucedáneo que las élites mundialistas de Occidente están preparando para aplastar y sobre-dominar a todos los pueblos del orbe, en primer lugar a los europeos.
La noción de multiculturalidad nombra un genocidio cultural. Este contiene, además, la sustitución étnica, la limpieza racial, en Europa. Otra de sus manifestaciones en el racismo antiblanco.
A quienes defienden el derecho de la cultura occidental, de la popular y de la erudita, a existir, derecho que tienen todas las culturas del planeta, se le coloca el sambenito ignominioso de “europeocentrista”. Ya sabemos que los aparatos de propaganda del poder, a falta de argumentos, son habilísimos en valerse de los procedimientos de la Inquisición, la descalificación a través del pegado de etiquetas infamantes, dado que en un debate abierto y con igualdad de oportunidades para todas las partes tienen muy poco que hacer. A eso se une el igualitarismo cultural, esto es, la creencia en abstracto y a priori en que todas las culturas son indistintamente valiosas, argumentación que de inmediato se quita la máscara para manifestar que todas… menos la europea, que debe ser aniquilada.
Y no, no todas las culturas son iguales. Pero todas se han de cotejar en concreto con la cultura natural, y sólo serán aceptables los rasgos que coincidan con ésta. Eso es así para la cultura europea, que tiene su parte positiva y su parte negativa, de manera que aquí sólo se reivindica la primera, no toda.
Hoy los excluidos y acosados son los que defienden el derecho de la cultura occidental a existir, a tener continuidad, a no ser destruida ni alterada ni falseada, a desarrollarse y ponerse a la altura de los nuevos retos. A quienes piensan así se les cierran todas las puertas.
La operación en curso busca en primer lugar fortalecer al imperialismo europeo, reforzarlo con la inyección y tras*fusión de nuevas fórmulas propagandísticas y nuevas masas humanas productivas (a través de la emigración masiva), para que pueda mantenerse frente a los desafíos globales de China, India, etc. Dicho a lo claro: la agresión cultural a los pueblos de Occidente es la última estrategia de “nuestro imperialismo” para seguir siendo imperialismo de primer nivel. El multiculturalismo se manifiesta como una expresión del peor, por más taimado y maquiavélico, imperialismo europeo.
Sobre todo, tiene como objetivo crear una nueva comunidad popular europea (¿?) carente de los rasgos que la han definido hasta ahora. Se pueden citar 20 características. Primacía del individuo. Uso reflexivo de la mente. Desconfianza hacia el Estado o incluso completo rechazo. Autogobierno popular. Comunalismo, trabajo libre asociado y colectivismo. Hostilidad hacia la riqueza material y las plutocracias financieras. Derecho a la insurrección y noción de revolución. Distanciamiento hacia el clero profesional. Igualdad entre los sexos. Amor al amor en actos. Espiritualidad como convivencia, rectitud, jovenlandesalidad y virtud, no como recetas y trucos epicúreos. Fortaleza espiritual y valentía. Voluntad justiciera. jovenlandesalidad máxima y legislación mínima. Libre examen y soberanía de la conciencia. Libertad política y civil con responsabilidad. Vida jovenlandesal y pasión por los valores. Concepción integral y unitaria del ser humano. Universalismo y solidaridad activa con los otros pueblos del planeta. Belleza y sublimidad como integrantes irrenunciables de lo humano.
Ello se pretende sustituir por una nueva versión de lo que los pensadores clásicos denominaron despotismo oriental, cuyo rasgo definitorio es la nulificación de la persona y la extinción de todas las libertades (en particular de la libertad de conciencia) para que el Estado y la casta sacerdotal aneja tengan un poder máximo, inmenso, sobre el cuerpo social y el individuo.
Fuera de la cultura occidental la noción de individuo, de persona, ni siquiera existe. Extramuros de ella el ser humano es una criatura forzada a someterse y subordinarse al Estado y al clero. No se le permite ser desde sí, no hay ni tan sólo el concepto de autonomía de la persona, que es una conquista formidable del orden cultural occidental, y que en el presente es convulsivamente odiado por “nuestro” gran capital y el sistema de hiper-Estado/Estados. ¿Dónde debe estar el centro? En el individuo sólo y asociado, proponemos los revolucionarios. En los aparatos de poder, señalan los aculturadores-multiculturales europeos. Esto es lo que está en el centro del debate.
Vayamos a los hechos.
Ya hace mucho que atrajo la atención que un oligarca, especulador financiero y manilargo tan destacado como Rodrigo Rato fuera un apasionado del yoga y los orientalismos. Hasta el punto de prologar en 2008 el libro del santón de la cosa, Ramiro Calle, “Ingeniería emocional”. Nótese lo inquietante del título, que recuerda a aquella expresión de los tiempos de Stalin, o sea, del fascismo de izquierdas, sobre que los intelectuales debían ser “ingenieros de almas”, aserción que excluye lo más deseable, que el ser humano se construye a sí mismo. Calle es el orientalista y gurú de la oligarquía financiera. Sus muchos libros, con un lenguaje almibarado y zorruno, van al grano, arguyendo que la cultura oriental (o lo que vende por tal) es muy superior a la occidental…No hay en él diferenciación entre lo positivo y negativo de cada una de ellas, para en un momento posterior avanzar hacia una síntesis, que es lo apropiado.
No, en él todo es maniqueísmo y rencor: Occidente es el mal y Oriente el bien, discurso eficaz en tiempos en que una ignorancia total es lo prevaleciente. Sin duda, resulta mucho más regocijado someterse a los exotismos facilones y simplones que Calle presenta como la cumbre de la “espiritualidad”, que estudiar libros de filosofía jovenlandesal occidental, bastante más difíciles de leer y sobre todo muchos más exigentes al aplicar[1]. Lo repetiré: el ámbito de los orientalismos es también el de las gentes sin lecturas, incultas, sin reflexiones, crédulas y fácilmente manipulables. Una expresión más de ese cierre de la mente moderna que nos está llevando a la barbarie y el sobre-despotismo.
Sostiene que Oriente es superior porque es puramente espiritual, a pesar de que Calle percibe emolumentos notorios por sus intervenciones pues, como es sabido, el orientalismo es un negocio muy saneado. Pasan los años y el “espiritual” Rato es calificado por un importante diario del modo que sigue, en un editorial, “La inmoralidad de Rodrigo Rato no conoce límites”. En efecto, robó cuanto pudo en sus tiempos de ministro de la derecha española y cuando era director del FMI, y cuando fue jefe de Bankia, y…Pero ¿no son las fes orientales la expresión de una espiritualidad excelsa, que desprecia lo material centrándose en adquirir las más puras y limpias esencias del espíritu? Ya vemos que no.