De la lista, Claudia Cardinale en su papel de Jill está sencillamente insuperable: vulgar y sublime al mismo tiempo, un papel de mujer que sabe muy bien lo que es, de dónde viene y a dónde no quiere volver, de la que jamás podemos discernir claramente si es una bruja o un hada, una víctima o una oportunista profesional.