otroyomismo
Madmaxista
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Supongo que Sanchez se busca a gente que tenga mas muertos que el en el armario para poderlos controlar
Armengol y el Armengolismo
Una guía para los no precavidos sobre la nueva presidenta del Congreso
Cuando Armengol acabó su mandato en el Consell de Mallorca (el equivalente insular a las Diputaciones), muchos pensaron que se dedicaría a incubar escaño y a mecerse durante cuatro años en la dulce tibieza de los trabajos de oposición parlamentaria. Sin embargo, empleó el tiempo en modelar un partido a su medida, fulminó en 2015 a José Ramón Bauzá e inició los ocho años de Armengolato, periodo señaladísimo que ha conducido a las islas a un estado de cisma, histeria y desesperación civil.
Ahora ha llegado a Madrid por el simple motivo de que no había otra persona a la que dar la patada hacia arriba después del descalabro del 23J; una vez allí ha hecho valer su cercanía con Pedro Sánchez, nacida de la época del Peugeot y las primarias: ella fue la única entre los “barones” que apostó sin dudarlo un minuto por el candidato anti-establishment.
El armengolismo es una mezcla ramplona de sobaco, mimbre y cursilería, todo ello rebozado en cotas de incompetencia propias de una película de terror. Viene a ser como una Yolanda Díaz apatatada, con las mismas ñoñerías pero con un punto de inacción calamitoso. Durante dos legislaturas, desde el Govern se ha dedicado a decir que sí a todo el mundo y luego desaparecer, dejando que sus consellers se abrasen, cocinados en su propia salsa. Este modus operandi consiguió, finalmente, como es natural, provocar una extraña unanimidad en todos los actores importantes de la vida social balear: se sintieron estafados los ecologistas, pero también los catalanistas, los hoteleros, las camareras y los taxistas, las mujeres magrebíes y los enfermos de asma, los niños del parque y los vagabundos de la Estación Intermodal.
No se recuerda, en ocho años, una sola intervención decisiva de la presidenta Armengol. Sí se recuerdan sus noches de copas durante el confinamiento (a lo Boris Johnson, pero con gin tonics afrutados en el barrio viejo), sus menores tuteladas entregadas a mafias de prespitación, o el precioso enriquecimiento, al admirable enriquecimiento, el nobilísimo enriquecimiento de su marido y su empresa de jardinería, que llevó a la pareja a poder comprarse un ático espléndido cerca de la catedral, mientras en la ciudad proliferan los barrios de caravanas porque el mercado de alquiler ha desaparecido.
Armengol es a la política lo que el puré de patatas a la cocina: una sustancia pastosa, poco aprovechable, pero que por desgracia tiene que aparecer en algún momento para evitar males mayores. La prensa madrileña la llama “federalista”: si se refieren a la Federación Balear de Petanca, quizás la expresión tenga algún sentido. El alma catalanista de Armengol está subordinada desde siempre a su profunda comprensión del poder político de la Pura Inercia. Dicho en términos marineros, como Armengol solo sabe navegar viento en popa, está obligada a ir girando con el viento para poder seguir moviéndose.
Como luminaria de la nueva política, eso sí, Armengol es capaz de dosis de bobería y almíbar auténticamente peligrosas para la salud pública. Abrió un par de fosas de la guerra civil y dio al respecto ochocientos discursos lacrimógenos, con placas, coronas de flores y gaiteros republicanos. Llegó un momento en que parecía que había fosas fascistas hasta en el parking de El Corte Inglés. También se abrazó a regatistas minusválidos y señoras malvadas del Rottary Club (damas violáceas, huesudas, de poderosa orina sulfúrica) mientras se dedicaba a tuitear sobre los delfines, las praderas de posidonia y la paz en el mundo.
Lo normal sería que, bajo su mandato, el Congreso implosione antes de Navidad, quizás devorado por la progenitora Tierra con fuego, lava y azufre, para restaurar el equilibrio de la Creación. No sucederá, claro está, porque hay fuerzas decisivas (la necesidad de los Patxi López y los Gil Lázaro de calentar asientos treinta años más) que se oponen de manera espontánea al poder dañino de personajes como Armengol.
Armengol y el Armengolismo
Una guía para los no precavidos sobre la nueva presidenta del Congreso
Cuando Armengol acabó su mandato en el Consell de Mallorca (el equivalente insular a las Diputaciones), muchos pensaron que se dedicaría a incubar escaño y a mecerse durante cuatro años en la dulce tibieza de los trabajos de oposición parlamentaria. Sin embargo, empleó el tiempo en modelar un partido a su medida, fulminó en 2015 a José Ramón Bauzá e inició los ocho años de Armengolato, periodo señaladísimo que ha conducido a las islas a un estado de cisma, histeria y desesperación civil.
Ahora ha llegado a Madrid por el simple motivo de que no había otra persona a la que dar la patada hacia arriba después del descalabro del 23J; una vez allí ha hecho valer su cercanía con Pedro Sánchez, nacida de la época del Peugeot y las primarias: ella fue la única entre los “barones” que apostó sin dudarlo un minuto por el candidato anti-establishment.
El armengolismo es una mezcla ramplona de sobaco, mimbre y cursilería, todo ello rebozado en cotas de incompetencia propias de una película de terror. Viene a ser como una Yolanda Díaz apatatada, con las mismas ñoñerías pero con un punto de inacción calamitoso. Durante dos legislaturas, desde el Govern se ha dedicado a decir que sí a todo el mundo y luego desaparecer, dejando que sus consellers se abrasen, cocinados en su propia salsa. Este modus operandi consiguió, finalmente, como es natural, provocar una extraña unanimidad en todos los actores importantes de la vida social balear: se sintieron estafados los ecologistas, pero también los catalanistas, los hoteleros, las camareras y los taxistas, las mujeres magrebíes y los enfermos de asma, los niños del parque y los vagabundos de la Estación Intermodal.
No se recuerda, en ocho años, una sola intervención decisiva de la presidenta Armengol. Sí se recuerdan sus noches de copas durante el confinamiento (a lo Boris Johnson, pero con gin tonics afrutados en el barrio viejo), sus menores tuteladas entregadas a mafias de prespitación, o el precioso enriquecimiento, al admirable enriquecimiento, el nobilísimo enriquecimiento de su marido y su empresa de jardinería, que llevó a la pareja a poder comprarse un ático espléndido cerca de la catedral, mientras en la ciudad proliferan los barrios de caravanas porque el mercado de alquiler ha desaparecido.
Armengol es a la política lo que el puré de patatas a la cocina: una sustancia pastosa, poco aprovechable, pero que por desgracia tiene que aparecer en algún momento para evitar males mayores. La prensa madrileña la llama “federalista”: si se refieren a la Federación Balear de Petanca, quizás la expresión tenga algún sentido. El alma catalanista de Armengol está subordinada desde siempre a su profunda comprensión del poder político de la Pura Inercia. Dicho en términos marineros, como Armengol solo sabe navegar viento en popa, está obligada a ir girando con el viento para poder seguir moviéndose.
Como luminaria de la nueva política, eso sí, Armengol es capaz de dosis de bobería y almíbar auténticamente peligrosas para la salud pública. Abrió un par de fosas de la guerra civil y dio al respecto ochocientos discursos lacrimógenos, con placas, coronas de flores y gaiteros republicanos. Llegó un momento en que parecía que había fosas fascistas hasta en el parking de El Corte Inglés. También se abrazó a regatistas minusválidos y señoras malvadas del Rottary Club (damas violáceas, huesudas, de poderosa orina sulfúrica) mientras se dedicaba a tuitear sobre los delfines, las praderas de posidonia y la paz en el mundo.
Lo normal sería que, bajo su mandato, el Congreso implosione antes de Navidad, quizás devorado por la progenitora Tierra con fuego, lava y azufre, para restaurar el equilibrio de la Creación. No sucederá, claro está, porque hay fuerzas decisivas (la necesidad de los Patxi López y los Gil Lázaro de calentar asientos treinta años más) que se oponen de manera espontánea al poder dañino de personajes como Armengol.
Armengol y el Armengolismo
Cuando Armengol acabó su mandato en el Consell de Mallorca (el equivalente insular a las Diputaciones), muchos pensaron que se dedicaría a incu...
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