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Madmaxista
El circo de ZP se queda sin acondroplásicos
Lorenzo Contreras
Al zapaterismo le crecen los acondroplásicos en múltiples sentidos. Su circo está sufriendo una evolución inquietante. Todos los frentes de crisis están abiertos. En la gravísima huelga de los tras*portistas, en lo judicial, en lo social, en lo económico, en lo ético, en inmi gración, en la cuestión nacionalista, nada digamos en el problema etarra, y así sucesivamente. Los esfuerzos propagandísticos, fundamentalmente basados en ignorar la realidad y culpar al petróleo y a la economía norteamericana, no logran soslayar las evidencias de una mala gestión gubernamental. Es un escenario que en cierto modo endulza para Rajoy la crisis interna del PP, ya que puede desviar la atención pública que se centra en su más que discutible política de oposición. Pero desviarla no es alejarla en un verdadero sentido. La próxima cita del congreso de Valencia, donde el PP tendrá que mirarse las tripas, volverá a colocar la lupa sin clemencia sobre el panorama que le afecta.
Casi nada de lo que está caracterizando la actual crisis que sufre nuestro país ha sorprendido a los expertos. El Gobierno de ZP ha luchado desesperadamente con el vocabulario político. Eufemismo tras eufemismo ha intentado describir una situación mentirosa. Pero la molesta verdad se le ha venido encima sin remedio. Su suerte es que hasta el 2012 le puede quedar oxígeno. La crisis se ha manifestado justo cuando las elecciones generales estaban cumplidas. Ahora su recurso consiste en capear el temporal sin garantías de llegar a puerto con las cuadernas del barco aceptablemente conservadas.
Desde lo alto del monte, el grito anunciador de la venida del lobo avisó con perfecta claridad. El zapaterismo, sin embargo, siguió pastoreando su heredad —todos nosotros, por ejemplo— con la sensación de que el temporal no iba a ser tan intenso. Tanto el presidente como el vicepresidente Solbes se dedicaron a desmentir a los expertos. El profesor Velarde Fuertes ha recordado en alguno de sus escritos que Álvaro Cuesta, diputado del PSOE con pretensiones de arúspice, declaró al periódico asturiano La Nueva España, el 30 de diciembre del 2007, que en la próxima legislatura (la actual) “se logrará el pleno empleo”, y que la previsión de crecimiento (ya lo estamos viendo) “será del 3 por ciento”. Por consiguiente, según esta arruinada previsión, la economía española no está en crisis, por más que se hable, eso sí, de “desaceleración” y de otras formulaciones evasivas.
En este contexto oficial de optimismo forzado, el profesor Barea advertía desde la Real Academia de Ciencias jovenlandesales y Políticas que “las previsiones de crecimiento para la economía española se han desplomado, tanto para el corriente año (se refería al 2007) como para el próximo” (en el que ya estamos), porque en este último caso el crecimiento oscilaría entre el 2% y el 2,5%. Barea pronosticaba con exactitud que el sector inmobiliario sería uno de los más expuestos a la crisis y concluía con este análisis inexorable: “El Gobierno no ha hecho nada para cambiar nuestro modelo de crecimiento, basado en la vivienda y el consumo interno”, de modo que, entre unos y otros factores, “la salida de la crisis de la economía española no será fácil ni de corta duración”.
De “una nueva fase cíclica de desaceleración cuya duración e intensidad son hoy difíciles de prever”, escribía en Cuadernos de Información Económica Ángel Laborda cuando los presupuestos del Estado se aprobaban en diciembre del 2007. Para ningún experto era un secreto entonces que el estallido de la crisis de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos creaba el gran clima de incertidumbre. Mientras tanto, la crisis energética se hacía cada vez más evidente, y entonces podía recordarse el bestial error del “parón nuclear” impuesto por Felipe González y cuya ampliación intentó, encima, el señor Zapatero.
Lorenzo Contreras
Al zapaterismo le crecen los acondroplásicos en múltiples sentidos. Su circo está sufriendo una evolución inquietante. Todos los frentes de crisis están abiertos. En la gravísima huelga de los tras*portistas, en lo judicial, en lo social, en lo económico, en lo ético, en inmi gración, en la cuestión nacionalista, nada digamos en el problema etarra, y así sucesivamente. Los esfuerzos propagandísticos, fundamentalmente basados en ignorar la realidad y culpar al petróleo y a la economía norteamericana, no logran soslayar las evidencias de una mala gestión gubernamental. Es un escenario que en cierto modo endulza para Rajoy la crisis interna del PP, ya que puede desviar la atención pública que se centra en su más que discutible política de oposición. Pero desviarla no es alejarla en un verdadero sentido. La próxima cita del congreso de Valencia, donde el PP tendrá que mirarse las tripas, volverá a colocar la lupa sin clemencia sobre el panorama que le afecta.
Casi nada de lo que está caracterizando la actual crisis que sufre nuestro país ha sorprendido a los expertos. El Gobierno de ZP ha luchado desesperadamente con el vocabulario político. Eufemismo tras eufemismo ha intentado describir una situación mentirosa. Pero la molesta verdad se le ha venido encima sin remedio. Su suerte es que hasta el 2012 le puede quedar oxígeno. La crisis se ha manifestado justo cuando las elecciones generales estaban cumplidas. Ahora su recurso consiste en capear el temporal sin garantías de llegar a puerto con las cuadernas del barco aceptablemente conservadas.
Desde lo alto del monte, el grito anunciador de la venida del lobo avisó con perfecta claridad. El zapaterismo, sin embargo, siguió pastoreando su heredad —todos nosotros, por ejemplo— con la sensación de que el temporal no iba a ser tan intenso. Tanto el presidente como el vicepresidente Solbes se dedicaron a desmentir a los expertos. El profesor Velarde Fuertes ha recordado en alguno de sus escritos que Álvaro Cuesta, diputado del PSOE con pretensiones de arúspice, declaró al periódico asturiano La Nueva España, el 30 de diciembre del 2007, que en la próxima legislatura (la actual) “se logrará el pleno empleo”, y que la previsión de crecimiento (ya lo estamos viendo) “será del 3 por ciento”. Por consiguiente, según esta arruinada previsión, la economía española no está en crisis, por más que se hable, eso sí, de “desaceleración” y de otras formulaciones evasivas.
En este contexto oficial de optimismo forzado, el profesor Barea advertía desde la Real Academia de Ciencias jovenlandesales y Políticas que “las previsiones de crecimiento para la economía española se han desplomado, tanto para el corriente año (se refería al 2007) como para el próximo” (en el que ya estamos), porque en este último caso el crecimiento oscilaría entre el 2% y el 2,5%. Barea pronosticaba con exactitud que el sector inmobiliario sería uno de los más expuestos a la crisis y concluía con este análisis inexorable: “El Gobierno no ha hecho nada para cambiar nuestro modelo de crecimiento, basado en la vivienda y el consumo interno”, de modo que, entre unos y otros factores, “la salida de la crisis de la economía española no será fácil ni de corta duración”.
De “una nueva fase cíclica de desaceleración cuya duración e intensidad son hoy difíciles de prever”, escribía en Cuadernos de Información Económica Ángel Laborda cuando los presupuestos del Estado se aprobaban en diciembre del 2007. Para ningún experto era un secreto entonces que el estallido de la crisis de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos creaba el gran clima de incertidumbre. Mientras tanto, la crisis energética se hacía cada vez más evidente, y entonces podía recordarse el bestial error del “parón nuclear” impuesto por Felipe González y cuya ampliación intentó, encima, el señor Zapatero.