Carrillo y las matanzas de Paracuellos en la Guerra Civil
MASACRE POR ACLARAR
A finales de 1936, en Paracuellos del Jarama fueron fusilados más de dos mil opositores a la República. La responsabilidad sigue atizando el debate
Pedro Muñoz Seca 1936: de Barcelona a Paracuellos
Santiago Carrillo (centro) en una reunión del PCE en Toulouse en 1945.A su izqda., Enrique Líster y Francisco Antón. A su dcha., Dolores Ibárruri y Joan Comorera.
EFE/Archivo Enrique Líster López/jgb
Francisco Martinez Hoyos
28/11/2021 07:00Actualizado a 29/11/2021 13:36
33
¿Quién no se ha reído alguna vez con la trama estrambótica de La venganza de don Mendo? El autor de esta hilarante parodia de los dramas románticos, Pedro Muñoz Seca (1879-1936), murió asesinado hace 85 años en Paracuellos de Jarama. Se cuenta que mantuvo su humor hasta el final y se dirigió en estos términos al pelotón que lo iba a acabar: “Podéis quitarme mi hacienda, mi patria, mi fortuna e incluso –como estáis al hacer– mi vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme: ¡el miedo que tengo ahora mismo!”.
Católico y monárquico, el conocido escritor fue una de tantas personas que acabó masacrada durante el crimen que más contribuyó, en la Guerra Civil, a manchar la imagen de la Segunda República. Excepción hecha, por supuesto, de los miles de asesinatos contra el clero católico.
Lee tambiénLa verdad sobre la quema de conventos en la Segunda República
FRANCISCO MARTÍNEZ HOYO
Entre el 7 de noviembre y el 8 de diciembre de 1936, centenares de prisioneros fueron trasladados desde diversas cárceles de Madrid, pero muchos nunca llegaron a su destino. En Paracuellos y Torrejón de Ardoz cayeron fusilados alrededor de dos mil cuatrocientos, víctimas de la histeria que reinaba en Madrid ante el avance de los sublevados.
En aquellos momentos parecía muy posible que la capital acabara rindiéndose ante Franco. Se temía, sobre todo, la brutalidad de sus tropas de élite, de las que se esperaba que se entregaran al saqueo y las violaciones en masa. El hecho de que la aviación rebelde distribuyera octavillas amenazadoras, en las que se hablaba de acabar a cinco republicanos por cada preso de derechas que muriera, contribuyó a encrespar los ánimos. Como señala el historiador Ángel Viñas, “no se trató de una medida muy inteligente”.
únkeres de ametralladoras en el Parque del Oeste, línea del frente durante la batalla de Madrid.
Dominio público
A los republicanos les preocupaba, además, que los presos de sus cárceles aprovecharan la situación y consiguieran unirse a los sublevados. Por todas partes se hablaba de detener a la Quinta Columna, el supuesto grupo que trabajaba para hundir desde dentro la resistencia del bando gubernamental.
El general Mola había presumido imprudentemente de la existencia de estos infiltrados que iban a facilitar las cosas a las tropas alzadas. Su comentario provocó, como era de esperar, un estado de psicosis entre los defensores de Madrid. Pero, según ha señalado Javier Cervera en su tesis doctoral, tal quinta columna no existía en el otoño de 1936. Por lo que parece, el miedo entre las filas republicanas no respondía tanto a una circunstancia objetiva como a una percepción muy distorsionada del peligro.
Lee tambiénLa Quinta Columna, un arma revolucionaria en la Guerra Civil
SALVADOR ENGUIX
Pero las cosas no son como son, sino como los involucrados creen que son. En aquellos momentos, lo que contaba era que muchos estaban convencidos de que debía responderse con energía a la amenaza de los traidores. Santiago Carrillo, el joven consejero de Orden Público de Madrid, anunció en un discurso, el 12 de noviembre, que la quinta columna iba a ser aplastada. Sería vencida con arreglo a la ley, pero sobre todo con la “energía necesaria” para que en ningún momento pudiera oponerse al gobierno legítimo.
Franco junto al general Mola y otros jefes sublevados.
Terceros
Tras la guerra, Paracuellos se convirtió en uno de los grandes símbolos del relato franquista de la Guerra Civil, justo en el equivalente de lo que había sido el bombardeo de Guernica en el lado republicano. La localidad pasó a denominarse Paracuellos de los Mártires, pero, según el hispanista irlandés Ian Gibson, sufrió el estigma de la masacre. Para muchos franquistas, sus gentes eran colectivamente responsables de la fin de los presos.
Ricardo Aresté, alcalde comunista de la localidad durante la tras*ición, le contaría muchos años después a Gibson que sus conciudadanos habían sufrido mucho por unos hechos de los que no eran responsables: “Llegaron incluso a acabar a gente por el simple hecho de ser de Paracuellos”. Ricardo, significativamente, era el hijo de Eusebio Aresté, alcalde del pueblo en el momento de la tragedia, que acabaría fusilado por los franquistas.
Blanco, neցro y gris
Como en otros aspectos de tan controvertido episodio, aquí nos movemos también en terreno resbaladizo. ¿Eran los vecinos de verdad tan inocentes? El historiador británico Julius Ruiz, en Paracuellos. Una verdad incómoda (Espasa, 2015), apunta que “era de sobra conocido que habían sido vecinos de la localidad quienes habían cavado las fosas comunes en 1936”. La polémica, como podemos comprobar, no lleva camino de extinguirse.
¿Quiénes fueron los responsables de la matanza? Desde el lado franquista, el denominado “Terror Rojo” se ha atribuido a la conducta supuestamente criminal de los dirigentes de la República. La historiografía de izquierdas, por el contrario, tendió a exculpar a estos políticos y a presentar las muertes como obra de “incontrolados”.
Lee tambiénEl falso conde que convirtió Mallorca en un infierno
SALVADOR ENGUIX
Sin embargo, entre el blanco y el neցro hay espacio para toda una gama de grises. José Luis Ledesma, en un artículo publicado en 2009 en la prestigiosa revista académica Ayer, señaló que existían “indicios para sugerir que no faltaron entre las autoridades y organizaciones antifascistas posturas ambiguas hacia las prácticas represivas y responsables por omisión e incluso por acción, de modo que se hace arduo establecer una tajante frontera entre una supuesta violencia ‘desde abajo’ y una élite consagrada a abortarla”.
El papel de Carrillo
En el caso concreto de Paracuellos, la derecha ha acusado a Carrillo y la izquierda lo ha exculpado. Pero, una vez más, conviene distinguir algunos matices. Entre la absoluta culpabilidad y la total inocencia, pueden establecerse grados intermedios de responsabilidad. Para ello, es preciso preguntarse hasta qué punto era consciente Carrillo de la catástrofe que había tenido lugar.
Durante el resto de su vida, negó cualquier conocimiento o implicación; por no saber, ni siquiera habría sabido que existía un pueblo llamado Paracuellos. En 1982, entrevistado por Ian Gibson, incluso relativizó la importancia de los asesinatos: “En un Madrid donde morían todos los días por los bombardeos muchísimas personas, niños..., en ese periodo no era una noticia tal el que dijeran, bueno, que había podido morir Fulano, Mengano...”.
Carrillo, en un mitin en Tolosa en 1936.
Dominio público
¿Debemos creerle cuando aseguraba desconocerlo todo? En Diplomático en el Madrid rojo (Renacimiento, 2021), Felix Schlayer, cónsul de Noruega en 1936, contaba que pidió explicaciones a Carrillo y que este alegó ignorar los hechos. Schlayer creyó, en un principio, que esto era posible, pero la justificación no servía para las muertes que tuvieron lugar después de la conversación entre ambos: “... incluso en esa noche y al día siguiente, se continuó con la deportación desde las prisiones, sin que [el general] Miaja o Carrillo se esforzaran por hacer algo. Y esta vez no tenían la excusa de no saber nada, pues ya habían sido informados por nosotros”.
Carrillo rechazaba cualquier intervención directa en los hechos. No obstante, en razón del cargo público que desempeñaba entonces, admitía cierto nivel de responsabilidad: “No puedo decir que, si eso pasó siendo yo consejero, sea totalmente inocente de lo que pasó. No, no, porque, como si se dijera que los ministros de Franco han sido inocentes de las barbaridades que se han hecho en el otro campo, incluso aunque no hayan conocido el detalle, no”.
Una discusión pasional
Por otra parte, no parece acertado focalizar la cuestión en la figura del entonces consejero de Orden Público. Intervinieron otras muchas personas, pero, por la relevancia posterior de Carrillo como secretario general del PCE, el debate sobre las responsabilidades de Paracuellos ha sido arduo y a menudo pasional.
Lee tambiénNegrín, ¿hombre de trabajo manual o Churchill español?
ENRIQUE jovenlandesaDIELLO
Para muchos historiadores de izquierdas, poner demasiado énfasis en las matanzas del lado “rojo” vendría a ser una estratagema para diluir la importancia de la represión franquista, mucho más amplia y dirigida por los propios líderes sublevados. La polémica ha alcanzado tal grado de animosidad que un mismo hispanista, el antes mencionado Julius Ruiz, ha sido acusado de neofranquista por la izquierda y de antifranquista por la derecha.
¿Correspondió en Paracuellos la iniciativa a los asesores soviéticos del gobierno republicano o hay que culpar a los propios españoles? Aunque una cosa no es incompatible con la otra, parece claro que los artífices fueron hispanos, y entre ellos se contaron no solo militantes del PCE, también anarquistas.
Un balance provisional
Fuera o no Carrillo la “eminencia gris” de la masacre, los hechos, desde un punto de vista penal, prescribieron por la amnistía que el propio régimen franquista concedió en 1969. Eso no impidió que diversos sectores de la extrema derecha protagonizaran, en las décadas siguientes, una intensa campaña contra el líder comunista.
Paul Preston, un historiador de izquierdas, afirmó que la responsabilidad de Carrillo era mayor de la que muchos habían supuesto
Este, en más de una ocasión, manifestó su disgusto por lo recurrente de la cuestión. A su juicio, en 1982 había llegado ya el momento de que unos y otros enterraran el pasado: “La verdad es que a mí no me entusiasman estos temas, porque son temas en los que uno se ve empujado inmediatamente al contraataque, ¿no?, al ‘más sois vosotros’, ¿no? Porque son temas que en este momento no sirven más que para agudizar la tensión en el país”.
Lo habitual era que las acusaciones contra Carrillo provinieran de autores conservadores o ultraconservadores. Por eso resultó tan relevante que un historiador inequívocamente de izquierdas, Paul Preston, afirmara en El astuta rojo (Debate, 2013) que su responsabilidad era mayor de la que muchos habían supuesto.
uerta del cementerio de Paracuellos de Jarama erigido en el lugar donde se encontraban las fosas comunes donde fueron enterrados los asesinados en otoño de 1936.
Mr. Tickle / CC BY 2.5
Aunque Preston estaba convencido de que no se le podía señalar como culpable único, estaba seguro de que eso no implicaba que no tuviera ninguna responsabilidad: “Es imposible que Carrillo fuera ajeno a lo que estaba sucediendo”.
El dirigente del PCE, como mínimo, sería culpable por omisión. El balance, con todo, ha de ser por fuerza provisional. Hay que investigar más y, sobre todo, superar los apriorismos de romanos y cartagineses.
MASACRE POR ACLARAR
A finales de 1936, en Paracuellos del Jarama fueron fusilados más de dos mil opositores a la República. La responsabilidad sigue atizando el debate
Pedro Muñoz Seca 1936: de Barcelona a Paracuellos
Santiago Carrillo (centro) en una reunión del PCE en Toulouse en 1945.A su izqda., Enrique Líster y Francisco Antón. A su dcha., Dolores Ibárruri y Joan Comorera.
EFE/Archivo Enrique Líster López/jgb
Francisco Martinez Hoyos
28/11/2021 07:00Actualizado a 29/11/2021 13:36
33
¿Quién no se ha reído alguna vez con la trama estrambótica de La venganza de don Mendo? El autor de esta hilarante parodia de los dramas románticos, Pedro Muñoz Seca (1879-1936), murió asesinado hace 85 años en Paracuellos de Jarama. Se cuenta que mantuvo su humor hasta el final y se dirigió en estos términos al pelotón que lo iba a acabar: “Podéis quitarme mi hacienda, mi patria, mi fortuna e incluso –como estáis al hacer– mi vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme: ¡el miedo que tengo ahora mismo!”.
Católico y monárquico, el conocido escritor fue una de tantas personas que acabó masacrada durante el crimen que más contribuyó, en la Guerra Civil, a manchar la imagen de la Segunda República. Excepción hecha, por supuesto, de los miles de asesinatos contra el clero católico.
Lee tambiénLa verdad sobre la quema de conventos en la Segunda República
FRANCISCO MARTÍNEZ HOYO
Entre el 7 de noviembre y el 8 de diciembre de 1936, centenares de prisioneros fueron trasladados desde diversas cárceles de Madrid, pero muchos nunca llegaron a su destino. En Paracuellos y Torrejón de Ardoz cayeron fusilados alrededor de dos mil cuatrocientos, víctimas de la histeria que reinaba en Madrid ante el avance de los sublevados.
En aquellos momentos parecía muy posible que la capital acabara rindiéndose ante Franco. Se temía, sobre todo, la brutalidad de sus tropas de élite, de las que se esperaba que se entregaran al saqueo y las violaciones en masa. El hecho de que la aviación rebelde distribuyera octavillas amenazadoras, en las que se hablaba de acabar a cinco republicanos por cada preso de derechas que muriera, contribuyó a encrespar los ánimos. Como señala el historiador Ángel Viñas, “no se trató de una medida muy inteligente”.
únkeres de ametralladoras en el Parque del Oeste, línea del frente durante la batalla de Madrid.
Dominio público
A los republicanos les preocupaba, además, que los presos de sus cárceles aprovecharan la situación y consiguieran unirse a los sublevados. Por todas partes se hablaba de detener a la Quinta Columna, el supuesto grupo que trabajaba para hundir desde dentro la resistencia del bando gubernamental.
El general Mola había presumido imprudentemente de la existencia de estos infiltrados que iban a facilitar las cosas a las tropas alzadas. Su comentario provocó, como era de esperar, un estado de psicosis entre los defensores de Madrid. Pero, según ha señalado Javier Cervera en su tesis doctoral, tal quinta columna no existía en el otoño de 1936. Por lo que parece, el miedo entre las filas republicanas no respondía tanto a una circunstancia objetiva como a una percepción muy distorsionada del peligro.
Lee tambiénLa Quinta Columna, un arma revolucionaria en la Guerra Civil
SALVADOR ENGUIX
Pero las cosas no son como son, sino como los involucrados creen que son. En aquellos momentos, lo que contaba era que muchos estaban convencidos de que debía responderse con energía a la amenaza de los traidores. Santiago Carrillo, el joven consejero de Orden Público de Madrid, anunció en un discurso, el 12 de noviembre, que la quinta columna iba a ser aplastada. Sería vencida con arreglo a la ley, pero sobre todo con la “energía necesaria” para que en ningún momento pudiera oponerse al gobierno legítimo.
Franco junto al general Mola y otros jefes sublevados.
Terceros
Tras la guerra, Paracuellos se convirtió en uno de los grandes símbolos del relato franquista de la Guerra Civil, justo en el equivalente de lo que había sido el bombardeo de Guernica en el lado republicano. La localidad pasó a denominarse Paracuellos de los Mártires, pero, según el hispanista irlandés Ian Gibson, sufrió el estigma de la masacre. Para muchos franquistas, sus gentes eran colectivamente responsables de la fin de los presos.
Ricardo Aresté, alcalde comunista de la localidad durante la tras*ición, le contaría muchos años después a Gibson que sus conciudadanos habían sufrido mucho por unos hechos de los que no eran responsables: “Llegaron incluso a acabar a gente por el simple hecho de ser de Paracuellos”. Ricardo, significativamente, era el hijo de Eusebio Aresté, alcalde del pueblo en el momento de la tragedia, que acabaría fusilado por los franquistas.
Blanco, neցro y gris
Como en otros aspectos de tan controvertido episodio, aquí nos movemos también en terreno resbaladizo. ¿Eran los vecinos de verdad tan inocentes? El historiador británico Julius Ruiz, en Paracuellos. Una verdad incómoda (Espasa, 2015), apunta que “era de sobra conocido que habían sido vecinos de la localidad quienes habían cavado las fosas comunes en 1936”. La polémica, como podemos comprobar, no lleva camino de extinguirse.
¿Quiénes fueron los responsables de la matanza? Desde el lado franquista, el denominado “Terror Rojo” se ha atribuido a la conducta supuestamente criminal de los dirigentes de la República. La historiografía de izquierdas, por el contrario, tendió a exculpar a estos políticos y a presentar las muertes como obra de “incontrolados”.
Lee tambiénEl falso conde que convirtió Mallorca en un infierno
SALVADOR ENGUIX
Sin embargo, entre el blanco y el neցro hay espacio para toda una gama de grises. José Luis Ledesma, en un artículo publicado en 2009 en la prestigiosa revista académica Ayer, señaló que existían “indicios para sugerir que no faltaron entre las autoridades y organizaciones antifascistas posturas ambiguas hacia las prácticas represivas y responsables por omisión e incluso por acción, de modo que se hace arduo establecer una tajante frontera entre una supuesta violencia ‘desde abajo’ y una élite consagrada a abortarla”.
El papel de Carrillo
En el caso concreto de Paracuellos, la derecha ha acusado a Carrillo y la izquierda lo ha exculpado. Pero, una vez más, conviene distinguir algunos matices. Entre la absoluta culpabilidad y la total inocencia, pueden establecerse grados intermedios de responsabilidad. Para ello, es preciso preguntarse hasta qué punto era consciente Carrillo de la catástrofe que había tenido lugar.
Durante el resto de su vida, negó cualquier conocimiento o implicación; por no saber, ni siquiera habría sabido que existía un pueblo llamado Paracuellos. En 1982, entrevistado por Ian Gibson, incluso relativizó la importancia de los asesinatos: “En un Madrid donde morían todos los días por los bombardeos muchísimas personas, niños..., en ese periodo no era una noticia tal el que dijeran, bueno, que había podido morir Fulano, Mengano...”.
Carrillo, en un mitin en Tolosa en 1936.
Dominio público
¿Debemos creerle cuando aseguraba desconocerlo todo? En Diplomático en el Madrid rojo (Renacimiento, 2021), Felix Schlayer, cónsul de Noruega en 1936, contaba que pidió explicaciones a Carrillo y que este alegó ignorar los hechos. Schlayer creyó, en un principio, que esto era posible, pero la justificación no servía para las muertes que tuvieron lugar después de la conversación entre ambos: “... incluso en esa noche y al día siguiente, se continuó con la deportación desde las prisiones, sin que [el general] Miaja o Carrillo se esforzaran por hacer algo. Y esta vez no tenían la excusa de no saber nada, pues ya habían sido informados por nosotros”.
Carrillo rechazaba cualquier intervención directa en los hechos. No obstante, en razón del cargo público que desempeñaba entonces, admitía cierto nivel de responsabilidad: “No puedo decir que, si eso pasó siendo yo consejero, sea totalmente inocente de lo que pasó. No, no, porque, como si se dijera que los ministros de Franco han sido inocentes de las barbaridades que se han hecho en el otro campo, incluso aunque no hayan conocido el detalle, no”.
Una discusión pasional
Por otra parte, no parece acertado focalizar la cuestión en la figura del entonces consejero de Orden Público. Intervinieron otras muchas personas, pero, por la relevancia posterior de Carrillo como secretario general del PCE, el debate sobre las responsabilidades de Paracuellos ha sido arduo y a menudo pasional.
Lee tambiénNegrín, ¿hombre de trabajo manual o Churchill español?
ENRIQUE jovenlandesaDIELLO
Para muchos historiadores de izquierdas, poner demasiado énfasis en las matanzas del lado “rojo” vendría a ser una estratagema para diluir la importancia de la represión franquista, mucho más amplia y dirigida por los propios líderes sublevados. La polémica ha alcanzado tal grado de animosidad que un mismo hispanista, el antes mencionado Julius Ruiz, ha sido acusado de neofranquista por la izquierda y de antifranquista por la derecha.
¿Correspondió en Paracuellos la iniciativa a los asesores soviéticos del gobierno republicano o hay que culpar a los propios españoles? Aunque una cosa no es incompatible con la otra, parece claro que los artífices fueron hispanos, y entre ellos se contaron no solo militantes del PCE, también anarquistas.
Un balance provisional
Fuera o no Carrillo la “eminencia gris” de la masacre, los hechos, desde un punto de vista penal, prescribieron por la amnistía que el propio régimen franquista concedió en 1969. Eso no impidió que diversos sectores de la extrema derecha protagonizaran, en las décadas siguientes, una intensa campaña contra el líder comunista.
Paul Preston, un historiador de izquierdas, afirmó que la responsabilidad de Carrillo era mayor de la que muchos habían supuesto
Este, en más de una ocasión, manifestó su disgusto por lo recurrente de la cuestión. A su juicio, en 1982 había llegado ya el momento de que unos y otros enterraran el pasado: “La verdad es que a mí no me entusiasman estos temas, porque son temas en los que uno se ve empujado inmediatamente al contraataque, ¿no?, al ‘más sois vosotros’, ¿no? Porque son temas que en este momento no sirven más que para agudizar la tensión en el país”.
Lo habitual era que las acusaciones contra Carrillo provinieran de autores conservadores o ultraconservadores. Por eso resultó tan relevante que un historiador inequívocamente de izquierdas, Paul Preston, afirmara en El astuta rojo (Debate, 2013) que su responsabilidad era mayor de la que muchos habían supuesto.
uerta del cementerio de Paracuellos de Jarama erigido en el lugar donde se encontraban las fosas comunes donde fueron enterrados los asesinados en otoño de 1936.
Mr. Tickle / CC BY 2.5
Aunque Preston estaba convencido de que no se le podía señalar como culpable único, estaba seguro de que eso no implicaba que no tuviera ninguna responsabilidad: “Es imposible que Carrillo fuera ajeno a lo que estaba sucediendo”.
El dirigente del PCE, como mínimo, sería culpable por omisión. El balance, con todo, ha de ser por fuerza provisional. Hay que investigar más y, sobre todo, superar los apriorismos de romanos y cartagineses.