17 años del golpe de Estado del 11 de septiembre de 2001 a manos de la oligarquía del único imperio

M. Priede

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Los hechos (para quienes están bien informados y además no se engañan, generalmente para mejor engañar a otros) confirman que lo ocurrido en septiembre de 2001 no fue otra cosa que una vuelta de tuerca por parte de la élite oligárquico financiera, que hasta entonces tanto ansiaba dar pero no podía al no tener el monopolio de la fuerza a escala mundial, la misma élite que venía controlando el poder del Imperio de los EEUU desde los años 80, cuando a ese Imperio no le quedó otra solución que seguir el camino de la financiarización para mantener su economía en pie. No fue hasta 2001, tras la caída del imperio rival en 1991, la URSS, que el Imperio pudo emprender el camino del dominio mundial sin oposición real por parte de nadie. Para ello inventó un enemigo que le ayudara a justificar esa expansión y a la vez someter a sus propios aliados -cuyas élites quedaran fuera de la élite dominante- a la condición de vasallaje relegándolos a un segundo plano, cuando no apartándolos definitivamente de las instituciones internacionales más poderosas: ONU, FMI, BM, OMC, OTAN .

Un paréntesis: ayer lo enviaron al subforo de conspiraciones:


El que primero lo vio, Thierry Meissan:

Hace 18 años que defiendo la tesis de que ya no son el presidente y el Congreso quienes gobiernan Estados Unidos sino esa entidad secreta. Basándome en documentos oficiales estadounidenses, interpreté los atentados del 11 de septiembre de 2001 como un golpe de Estado realizado por esa instancia, cuyos miembros no dependen del voto de los electores. Temerosos de una tesis que pone en tela de juicio el ideal democrático, quienes me contradicen rechazaron de plano mis trabajos… sin discutirlos realmente ni tan siquiera leerlos.

Podría creerse que, ya después del segundo mandato de George W. Bush y de los dos mandatos de Barack Obama, ese tema había quedado atrás. Sin embargo, durante su campaña electoral, el hoy presidente Donald Trump denunció la existencia de ese «Estado Profundo» (Deep State) que, según él, ya no defiende los intereses del pueblo estadounidense sino los intereses de la finanza tras*nacional.

Por supuesto, ningún país ha tomado posición públicamente sobre algo que es una cuestión de política interna y de soberanía de Estados Unidos. Pero el presidente Vladimir pilinguin abordó el tema la semana pasada. El 22 de agosto –dos días después de la intervención de su ministro de Exteriores sobre el problema de la ONU–, pilinguin comentó las sanciones estadounidenses contra Rusia:

«Y no es solamente la posición del presidente de Estados Unidos lo que cuenta. Es la posición de la institución que pretende ser el Estado, de la clase dirigente en el sentido amplio del término. Espero que nuestros socios tomen conciencia algún día de que esa política no tiene futuro y que comenzaremos entonces a cooperar de manera normal.» [4]​

Sí, han leído ustedes bien. El presidente pilinguin dice que en Estados Unidos no hay un Poder sino dos. El primero se compone del Congreso y la presidencia. El segundo es ilegítimo pero a veces más poderoso.

En dos días, la Federación Rusa ha cuestionado la coherencia de la ONU y la de Estados Unidos.

Desgraciadamente, quienes todavía no han analizado los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, ni sacado conclusiones de las guerras posteriores a esos hechos, siguen aferrados al discurso oficial. Probablemente verán en la posición rusa una maniobra destinada a perturbar el funcionamiento de las democracias occidentales.

Desde el punto de vista de Moscú, hay que poner fin sin demora a la guerra de agresión contra Siria –implementada a través de los yihadistas– y levantar las sanciones unilaterales de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea contra Rusia. El problema que todos tenemos que enfrentar no es la defensa de la democracia sino el peligro de guerra.

Una jerarquía paralela, totalmente ilegítima, se ha apoderado de la ONU y del gobierno de Estados Unidos y pretende empujar el mundo a un conflicto generalizado.

Rusia denuncia la diarquía en la ONU y en Estados Unidos , por Thierry Meyssan



Manlio Dinucci:

«El arte de la guerra»

El establishment estadounidense ante la cumbre de Helsinki

Aunque la prensa internacional deformó el contenido de la cumbre de la OTAN, el establishment estadounidense sí ha entendido perfectamente lo que allí estaba en juego: el fin de la hostilidad hacia Rusia. Por consiguiente, tratar de torpedear la cumbre bilateral de Helsinki entre Estados Unidos y Rusia se convertió en su máxima prioridad. El establishment estadounidense trata de oponerse por todos los medios a un acercamiento con Moscú.


«Tenemos que conversar sobre todos los temas, desde el comercio hasta lo militar, los misiles, la cuestión nuclear, China.» Con esas palabras inició el presidente Trump la cumbre de Helsinki. «Ha llegado el momento de hablar en detalle de nuestras relaciones bilaterales y de los puntos neurálgicos internacionales», subrayó pilinguin.

Pero los dos presidentes no decidirán solos cómo serán las relaciones entre Estados Unidos y Rusia en el futuro.​

Los mayores creadores de noticias falsas (que ahora se instalan en Barcelona para 'combatir las fake news) y de las teorías de la conspiración más extravagantes (unos harapientos residentes en las montañas de Tora Bora en Afganistán, planearon y ordenaron la destrucción del WTC, y lo consiguieron tras burlar la defensa aérea de la mayor potencia miliar de la historia) han diseñado otra teoría de la conspiración ridícula y que no se puede calificar de conspiranoica porque quien califica lo que es patológico o no son los mismos que fabrican esas teorías sin pies ni cabeza:

No es casual que, precisamente en el momento en que el presidente de Estados Unidos estaba a punto de reunirse con el presidente d Rusia, el fiscal especial Robert Mueller inculpara a 12 rusos acusándolos de haber manipulado la elección presidencial estadounidense penetrando en el sistema informático del Partido Demócrata para perjudicar a la candidata Hillary Clinton. Los 12 inculpados, acusados de ser agentes del GRU –la inteligencia militar de la Federación Rusa–, han sido definidos oficialmente como «los conspiradores» y se les inculpa por «conspiración en detrimento de Estados Unidos».​

Atentos a esto los perioputas españoles, la mayoría conspiracionistas al servicio del Imperio (es decir: oficialnoicos), en nómina o con ganas de estarlo:

Al mismo tiempo, Daniel Coats, director de la Inteligencia Nacional estadounidense y principal consejero del presidente en la materia, acusaba a Rusia de haber «socavado nuestros valores básicos y nuestra democracia». Y después afirmaba que la «amenaza de ataques cibernéticos ha alcanzado un punto crítico» análogo al que antecedió el 11 de septiembre, no sólo de parte de Rusia –país que calificó como «el agente extranjero más agresivo»– sino también de parte de China e incluso de Irán.

Es evidente el objetivo político de esas «investigaciones»: afirmar que a la cabeza de esos «conspiradores» está el presidente ruso Vladimir pilinguin, con quien el presidente Donald Trump se sentó a la mesa de negociaciones a pesar de la gran oposición de demócratas y republicanos a que lo hiciese. Inmediatamente después de la inculpación contra los «conspiradores», los demócratas exigieron a Trump que anulara su encuentro con pilinguin. No lo lograron, pero siguen presionando fuertemente en contra de todo tipo de conversación.

Lo que pilinguin está tratando de obtener de Trump es a la vez simple y complejo: un relajamiento de la tensión entre los dos países. Con ese objetivo propuso a Trump, quien aceptó, una investigación conjunta sobre la «conspiración».​

Muy aconsejable para perioputas lacayos leer el artículo completo si quieren prosperar en el periodismo, esa subespecie del oficio más antiguo del mundo y que ellos dominan bastante bien:

El establishment estadounidense ante la cumbre de Helsinki, por Manlio Dinucci

Del forero Pifiado:

Carta abierta al presidente Trump sobre las consecuencias del 11 de Septiembre
por Thierry Meyssan

Red Voltaire | Damasco (Siria) | 30 de agosto de 2018

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Señor Presidente,

En su país nunca hubo juicios por los crímenes del 11 de Septiembre de 2001. Dirijo a usted esta carta como el ciudadano francés que primero denunció las incoherencias de la versión oficial y que abrió mundialmente el debate sobre la búsqueda de los culpables.

Cuando somos llamados a hacer el papel de jurado en un tribunal penal, estamos llamados a determinar si el sospechoso que nos presentan es culpable o no y, posiblemente, a decidir la pena que debe aplicársele. Ante los acontecimientos del 11 de Septiembre, la administración de George Bush hijo nos dijo que el culpable era al-Qaeda y que el castigo sería el derrocamiento de todos los que habían ayudado a al-Qaeda, o sea los talibanes afganos y, después, el régimen iraquí de Saddam Hussein.

Pero existen numerosos indicios que desmienten esa tesis de manera irrefutable. Si fuésemos jurados, tendríamos que declarar objetivamente a los talibanes y al régimen de Saddam Hussein inocentes, al menos de ese crimen. Por supuesto, no por ello sabríamos quién es el verdadero culpable y eso nos sumiría en un sentimiento de frustración. Pero no podemos aceptar que se condene a quienes no cometieron ese crimen, sólo porque nosotros no hemos sabido, o podido, encontrar a los verdaderos culpables.

Todos hemos entendido ya que altas personalidades estaban mintiendo cuando el secretario de Justicia y el director del FBI, Robert Muller, publicaron los nombres de los 19 supuestos participantes en los secuestros de los aviones implicados en los hechos del 11 de Septiembre. Y lo supimos porque ya teníamos las listas de todos los pasajeros de los aviones, divulgadas por las compañías aéreas, y ninguno de aquellos sospechosos aparecía en dichas listas.

Basándonos en esos elementos sospechamos del «Gobierno de Continuidad», instancia encargada de tomar el lugar de los responsables electos si estos muriesen en una confrontación nuclear. Emitimos entonces la hipótesis de que tras aquellos atentados se escondía un golpe de Estado, planificado según el método concebido por Edward Luttwak, consistente en mantener, en apariencia, el ejecutivo que ya estaba en el poder, pero obligándolo a aplicar una política diferente.

Inmediatamente después de los acontecimientos del 11 de Septiembre, la administración de Bush hijo adoptó, en cuestión de días, varias decisiones:

- Creó el Departamento de Seguridad de la Patria (Homeland Security) e hizo votar en el Congreso un voluminoso código antiterrorista –redactado mucho antes de los atentados–, la llamada Ley o Acta Patriótica (USA Patriot Act). Redactado para los casos que la administración pueda decidir calificar como «terrorismo», ese texto suspende la Carta de Derechos (Bill of Rights) en la que se sustentó la gloria de su país. La “Ley Patriótica” desequilibra las instituciones estadounidenses y garantiza, dos siglos más tarde, el triunfo de los grandes propietarios que redactaron la Constitución y la derrota de los héroes de la Guerra de Independencia que exigieron que se agregara a aquella Constitución la Carta de Derechos.

- El secretario de Defensa Donald Rumsfeld creó la «Oficina de tras*formación de la Fuerza» (Office of Force tras*formation), bajo la dirección del almirante Arthur Cebrowski, quien de inmediato presentó un plan –concebido desde mucho antes– para controlar el acceso a los recursos naturales de los países del sur. Ese plan exigía la destrucción de las estructuras mismas de los Estados y sociedades en los países de la mitad del mundo aún no globalizada. Simultáneamente, el director de la CIA inició la «Matriz del Ataque Mundial», un conjunto de operaciones secretas en 85 países cuyos Estados y sociedades Rumsfeld y Cebrowski querían destruir. Estimando que sólo se mantendrían estables los países cuyas economías estaban globalizadas, y que los otros serían destruidos, los verdaderos organizadores del 11 de Septiembre pusieron las fuerzas armadas de Estados Unidos al servicio de intereses financieros tras*nacionales. Traicionaron así a Estados Unidos y lo convirtieron en el brazo armados de los depredadores.

Hace 17 años que estamos viendo las consecuencias que ha tenido para los conciudadanos de usted, Presidente, el gobierno de los sucesores de aquellos que redactaron la Constitución y se opusieron en su época –sin éxito– a la «Carta de Derechos». Esas consecuencias son que los ricos se han convertido en súper ricos mientras que la clase media se ha reducido a la quinta parte de lo que fue y la pobreza se ha extendido.

Vemos también la aplicación de la estrategia Rumsfeld-Cebrowski: supuestas «guerras civiles» han destruido casi todo el Medio Oriente ampliado. Desde Afganistán hasta Libia, pasando por Arabia Saudita y Turquía –dos países que ni siquiera han estado en guerra–, ciudades enteras han sido borradas del mapa.

En 2001, sólo dos ciudadanos estadounidenses, dos promotores inmobiliarios, denunciaron las incoherencias de la versión de la administración Bush Jr. Fueron el demócrata Jimmy Walter, quien acabó viéndose obligado a exilarse, y usted mismo. Usted entró entonces al mundo de la política y acabó siendo electo presidente.

En 2011, vimos como el entonces comandante del AfriCom era separado de su cargo –en beneficio de la OTAN– por haberse negado a respaldar a al-Qaeda en su papel de fuerza terrestre que debía destruir la Yamahiriya Árabe Libia. Vimos después como el LandCom de la OTAN organizaba el apoyo de Occidente a los yihadistas en general y a al-Qaeda en particular en el intento de derrocamiento emprendido contra la República Árabe Siria.

O sea, los yihadistas, considerados «combatientes de la libertad» (Freedom fighters) cuando combatían a los soviéticos, considerados después «terroristas» en tiempos del 11 de Septiembre, se convertían nuevamente en los aliados del Estado Profundo que en realidad nunca dejaron de ser.

Vimos con inmensa esperanza los pasos que dio usted para suprimir uno a uno todos los apoyos que tenían los yihadistas. Con esa misma esperanza inmensa le vemos hoy a usted dialogar con su homólogo ruso para que vuelva la vida al devastado Medio Oriente. Y es con el mismo grado de inquietud que vemos a Robert Muller, hoy convertido en fiscal especial, proseguir la destrucción de su patria arremetiendo contra la función presidencial que usted ejerce.

Señor Presidente, no son usted y sus conciudadanos los únicos que sufren a causa de la diarquía que se ha instalado en Estados Unidos desde el golpe de Estado del 11 de Septiembre. El mundo entero es víctima.

Señor Presidente, el 11 de Septiembre no es historia antigua. El 11 de Septiembre fue el triunfo de intereses tras*nacionales cuyo peso se abate hoy no sólo sobre el pueblo estadounidense sino sobre toda la Humanidad que aspira a la libertad.
 
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